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Memorias de un soldado de Infantería: la guerra desde los Montes de María

Créditos
María Alejandra Romero e Isabella Marín
Memorias de un soldado

Para un soldado, la guerra no es el temor más grande, sino combatir con pocas garantías, en medio de la corrupción, las verdades ocultas y el constante miedo de morir y no saber más de su familia. Así fue la experiencia de un infante de Marina durante el conflicto armado en los Montes de María.

Era el año 2005, y en medio de una de las áreas boscosas de ‘Las Aromeras’, región del caribe colombiano comprendida entre los municipios de Zambrano, San Juan Nepomuceno y Carmen de Bolívar, se hallaba un batallón contraguerrilla de la Infantería de Marina proveniente de Corozal, Sucre.

Cincuenta y seis hombres camuflados caminaban en ‘fila india’, fusil en mano, en medio del monte, los mosquitos y las minas antipersonas: minas que habían sido sembradas por los frentes guerrilleros de la zona para eliminar a cualquiera que se atreviera a entrar en sus dominios.

Los hombres, atentos a cualquier movimiento, hacían ‘registro’ de la región. El día anterior se les había informado que uno de sus colegas, un infante afiliado al Batallón de Malagana, había muerto cerca del lugar. Por lo que la Inteligencia de la Infantería los envió a patrullar para revisar si el ‘enemigo’ se encontraba en esos terrenos.

Dentro de los primeros en la ‘fila india’ se encontraba Pedro Corrales*, un infante de marina profesional que, además, era el guía canino antiexplosivos del batallón. Al lado de Corrales iba Baxter*, su perro antiexplosivos, olfateando el lugar en busca de algún olor sospechoso.

En medio de la caminata, el puntero, el primero en la hilera, se detuvo y levantó su mano en forma de puño, dando la señal a toda la compañía de que debían detenerse. Inmediatamente, todos los soldados se pusieron en posición de combate, apretando su fusil, listos para defenderse si era necesario.

El puntero le había avisado al comandante que observaba algo sospechoso cerca, en lo que parecía un pequeño cerro. Enseguida, el sentimiento de temor invadió a todos los presentes: sabían que la guerrilla se escondía en estos lugares altos para realizar emboscadas.

El comandante mandó una primera ‘escuadra’ (es decir, a los primeros diez hombres de la hilera) a subir al cerro. Al ser Corrales el único guía canino, fue con los demás para que Baxter pudiera examinar la zona. Cuando iban subiendo, Baxter comenzó a ladrar, dando la señal de que había explosivos cerca. En medio de su búsqueda, Baxter tropezó con una mina, y todos los infantes que estaban cerca se tiraron al suelo.

Pedro no alcanzó a protegerse del todo, y estando en el suelo, observó cómo su perro salía volando encima de él, lanzado por la fuerza de la detonación. Corrales quedó inconsciente segundos después, pues se encontraba muy cerca a la mina cuando esta explotó. A su alrededor, todos los demás soldados lloraban, pensando que Pedro había muerto.

Escenas como estas eran parte de la cotidianidad de los militares adscritos a los batallones situados en la zona de los Montes de María durante la primera década de los años 2000. La subregión de los Montes de María, comprendida entre los departamentos de Bolívar y Sucre, ha sido de las más afectadas por el conflicto armado en Colombia, ya que durante muchos años, tanto la guerrilla como los paramilitares convirtieron a esta región en su principal atractivo para establecer su régimen del terror.

Treinta años de conflicto armado en Montes de María han dejado más de 82.000 tierras campesinas usurpadas por la violencia y más de 158.000 víctimas de desplazamiento masivo, según el informe Montes de María bajo fuego.

El fenómeno paramilitar ha sido el que más cicatrices ha dejado dentro de la población montemariana, siendo este grupo armado los perpetradores de más de 70 masacres contra la población civil, entre estas se cuentan las de El Salado (2000), Macayepo (2000) y Mampuján (2000). En muchas de estas masacres quedó en evidencia que miembros de la fuerza pública han sido cómplices, sea por omisión o por vinculación directa con los grupos paramilitares, de estos ataques violentos contra la población.

A finales de los años 90 e inicios del 2000, el Gobierno Nacional comenzó una iniciativa de fortalecimiento militar que buscaba recuperar y neutralizar las zonas que habían sido tomadas por guerrilleros de las antiguas Farc. La región de los Montes de María quedó en el ala de protección de la Brigada de Infantería Marina No 1, cuya jurisdicción terrestre comprende a los departamentos de Bolívar, Sucre y Córdoba. De esta Brigada salían las compañías contraguerrilla y las agrupaciones de desminado que buscaban contener el avance del grupo subversivo en el territorio.

Fue así como las fuerzas militares jugaron un rol fundamental en las dinámicas del conflicto en la región, siendo estos una moneda de dos caras: por un lado, eran los héroes que luchaban contra la insurgencia y que ‘pacificaban’ territorios, y por el otro, tenían la imagen de ser cómplices de ataques a la misma población que juraron proteger.

Sin embargo, para los soldados rasos, sobrevivir en medio del conflicto significa seguir órdenes, órdenes que, en ocasiones, pueden responder a intereses particulares de sus superiores. Estos soldados, como Corrales, también han sido perdedores en medio de esta guerra. Guerra en la que nunca nadie ha salido victorioso.

 

Las máquinas de guerra

 

Pedro Corrales, oriundo de Sucre, inició su vida militar en medio de un periodo en el que la violencia azotaba cada ciudad y municipio del país, pero en especial las zonas rurales de los Montes de María, el Magdalena medio y el pacífico colombiano.

En la época de los años 80 y 90, muchos jóvenes ingresaron al servicio militar por reclusión de las Fuerzas Militares, por la influencia y experiencias de conocidos, o por voluntad de vivir el conflicto en carne propia. Este último fue el caso de Corrales, quien, en 1999, a sus 20 años, se enlistó, solo por curiosidad, en las tropas de Infantería de Marina para prestar servicio militar y narrarle a sus compañeros de barrio sus experiencias de batalla.

Luego de ser capacitado en la Escuela de Infantería de Coveñas, Corrales fue trasladado a Puerto Inírida, Guainía, en el oriente colombiano, a 974 kilómetros de su lugar de nacimiento. En esta zona era continúo el enfrentamiento bilateral, pues en la frondosa selva que arropaba a la ciudad se encontraban los frentes 17 y 39 de las FARC.

Corrales desconocía la magnitud de lo que enfrentaría, y las experiencias sin sabor que deja la guerra. Él solo había tenido un encuentro cercano con los actores armados a sus 15 años, cuando una de sus tías fue desplazada de su parcela en Chinulito, Córdoba, por las presiones de guerrillas y paramilitares, quienes la tildaron de colaboradora por hacer los favores que, con amenazas, le solicitaban ambos bandos.

A los pocos meses de entrar al servicio, Corrales se enfrentó en combate por primera vez con la guerrilla de las Farc, cuando estos realizaron una ofensiva subversiva a la base militar en la que se encontraba. Con el tiempo, el miedo a morir invadió a Corrales, pues comenzó a pensar que los guerrilleros no tenían compasión ni humanidad para quitarles la vida a sus amigos y colegas.

Eso (la guerra) es un trauma grande, que va a vivir conmigo hasta el resto de mis días. Hay noches en las que yo no duermo pensando en esas personas, y en cómo estarán sus familias”.

Después de dos años de perder a sus compañeros en guerra, y de conocer los estragos físicos y psicológicos que esta deja en un soldado, decidió terminar con el servicio y no volver a ingresar a las filas militares. Sin embargo, esta decisión no estaba ligada solo a su autonomía, ya que al regresar a Sucre, se topó con las necesidades económicas que sufrían su madre y hermanos. Así, por mucho que lo atormentaban los recuerdos del conflicto, decidió regresar y enlistarse en la Infantería.

En 2002, Pedro Corrales se graduó como Infante profesional para continuar su vida militar, pero esta vez con la exigencia de pertenecer a un batallón contraguerrilla para combatir a los frentes 35 y 37 de la guerrilla de las Farc en los Montes de María. En sus primeros meses, el infante fue entrenado en tácticas de combate y en cómo acostumbrar a su cuerpo a no comer ni a beber agua por días.

Me tocó mezclar mi orín con lecherita… En definitiva, el gobierno forma máquinas de guerra”, menciona el infante con dureza.

Con el tiempo, el infante Corrales se especializó como guía canino antiexplosivo, oficio que efectuó durante cinco años hasta que perdió a su perro en una zona minada. Como infante antiexplosivos, Corrales estaba encargado de limpiar los campos minados de los Montes de María y de la Sabana. Pero, no toda la ciudadanía creía en las acciones de los infantes, debido a los presuntos nexos que estos tenían con los paramilitares.

En la comunidad de los Palmitos (Sucre), por ejemplo, afirmaban que la fuerza pública rayaba las fachadas de las casas para amenazar a la población civil por colaborar con la guerrilla.

Muchos fueron los enfrentamientos con la guerrilla que tuvo Corrales en los Montes de María. Pero, a pesar de que los paramilitares rodeaban también la región, y que el bloque Héroes de los Montes de María realizó la mayoría de masacres que se gestaron en el área, según la experiencia de Corrales “nunca no los encontramos”. Por lo que, aparentemente, este grupo ilegal armado no fue un blanco directo para los infantes.

 

El “otro enemigo”

 

El Informe Basta Ya, del Centro de Memoria Histórica, explica que “la explosión del fenómeno paramilitar puso en escena el entrecruzamiento del narcotráfico con el conflicto armado. Esta nueva intervención del financiamiento del narcotráfico se produjo por la confluencia de los intereses de tres sectores: los de las élites económicas, que buscaban defender su patrimonio; los de los propios narcotraficantes, que buscaban expandir sus negocios ilegales y querían protegerse de las presiones extorsivas de la guerrilla a los laboratorios y a la compra de hoja de coca; y los de los militares, que tenían como propósito atacar a la guerrilla y al enemigo civil interno”.

Por ello, los paramilitares, actores armados ilegales, no representaron un “enemigo” fijo para la Fuerza Pública, como sí lo fueron los grupos izquierdistas, a pesar de que esta organización fue la responsable del 50% de las masacres en Colombia entre 1958 y 2019. Es decir, fueron los autores de 2.100 ataques a la población civil de acuerdo al Centro Nacional de Memoria Histórica.

Ellos también se merecían el mismo trato que la guerrilla. Al menos uno con la guerrilla luchó y peleó, pero esos sí eran unos asesinos (los paramilitares), mataban porque querían. Y quienes los financian son los ricos de Colombia”, sentencia Corrales.

Mucho se ha dicho sobre los actores políticos involucrados con los paramilitares y su creación, además de la colaboración que este grupo tuvo de las Fuerzas Armadas para llevar a cabo redadas con fácil tránsito entre las vías de Colombia.

-“Los paramilitares son militares retirados que formaron esos grupos. Esa es la realidad. Y como dice el dicho, el mal (las guerrillas) se contrarresta con el mal”, expresa el infante.

La Infantería de Marina está involucrada judicialmente por colaborar con grupos ilegales. En la subregión de Montes de María, la Primera Brigada de la Infantería de Marina se relaciona con al menos siete masacres, entre ellas la masacre de El Salado. La Infantería conocía previamente las acciones del grupo ilegal y no desplegó sus tropas tácticamente en medio de las masacres, según el informe de la Comisión Colombiana de Juristas.

El batallón contraguerrilla N. 5 de la Infantería era el encargado de proteger la zona de El Salado, sin embargo, un día antes de la masacre, el batallón desalojó el lugar, esto pese a que el CTI de la Fiscalía y el comandante del Departamento de Policía de Sucre, Mario Nel Flores Álvarez, alertaron al coronel Rodrigo Quiñones de la redada paramilitar. Quiñones es acusado por Salvatore Mancuso y alias “Pantera”, autores del crimen, de cooperar en la masacre.

Sin embargo, el único infante señalado y condenado judicialmente por este hecho es el comandante de la compañía Orca del Bacim Nº 31, Héctor Martín Pita, quien fue sentenciado a 13 años de cárcel en 2016, y en 2018 la Corte Suprema de Justicia ratificó su condena por no accionar en contra de los paramilitares en los Montes de María y por el testimonio del infante Alfonso Benítez que lo relacionaba directamente con los hechos. 

Pero, de acuerdo a Juan Vicente Gamboa, alias “Pantera”, un ex infante de marina entre 1992 y el 2000, los altos mandos de la Infantería se habían reunido con el Bloque Norte y los Héroes de los Montes de María antes de la matanza, y habían puesto a disposición 25 miembros militares para la redada. Pantera acusó formalmente al teniente coronel Ricardo Díaz Granados, el coronel Bautista Cárcamo Gale, al comandante Harold Mantilla y al infante Gerardo Becerra.

En esta época, el infante Pedro Corrales no pertenecía al escuadrón contraguerrilla de los Montes de María. Prestaba el servicio militar en Puerto Inírida. Él llegó a la zona cuando se habían apaciguado un poco las masacres, en 2002, sin embargo, sí notó cómo algunos compañeros antiguos tenían conexión con las Autodefensas.

-“Una vez a mí se me perdieron unas municiones. Me dijeron ‘quédese callado’. Cuando te das cuenta de todo eso ¿qué crees que te puede pasar?”, manifiesta con seriedad el infante. “Nunca los encontrábamos (a los paramilitares), no es que fueran más inteligentes, ahí había gente de nosotros que sabía cómo mover la tropa. Ahí hubo fuga de información”, continúa Corrales.

La pacificación

 

Para el año 2004, las Farc empezaron a perder fuerza en los centros urbanos y rurales del país, y poco a poco se aislaron en las periferias. A su vez, inició la desmovilización de los paramilitares. Fue bajo este contexto que la vida comenzó a retornar a los Montes de María.

Con la Política de Consolidación de la Seguridad Democrática, la misión encargada a la Fuerza Pública ya no era solo combatir a la guerrilla y recuperar los territorios, para la época tenían que “pacificar” la región, es decir, aumentar la confianza de la ciudadanía para que regresaran al territorio y creyeran en ellos.

Luego de años de estar en medio del campo de batalla, el infante Corrales se convirtió en uno de los “pacificadores” de la zona.

Sin embargo, para la población fue difícil aceptar la “pacificación” que la Infantería de Marina les ofrecía luego de conocer que muchos de ellos fueron los cómplices de los verdugos que habían sometido a la subregión.

Para Corrales, esta “pacificación” nunca ha sido sinónimo de paz. Los años en la guerra le han enseñado muchas cosas, entre ellas que la paz no es simplemente dejar las armas y la guerra.

– “¿Cómo quieren que este país no sea violento, si le roban hasta la plata de la comida a los niños pobres? Ese niño se levanta todos los días con hambre, y se vuelve fácil de reclutar. Hacen falta oportunidades. No piensen en la paz, piensen en la pobreza, y cuando esta se acabe, entonces vendrá lo otro”, reflexiona Corrales. 

A través de todas sus experiencias, el infante Corrales ha entendido que el mayor problema de Colombia no es el conflicto armado, sino la corrupción, porque para él “los de arriba siempre sacan su tajada”. También, de los doce años que militó en los Montes de María, Corrales aprendió que el gobierno forma “máquinas de guerra”, pero sin brindarles las garantías de seguridad necesarias.

De acuerdo a Indepaz, el gobierno colombiano invirtió entre 1979 y 2016 cerca de $26 billones anuales para el gasto militar, siendo el país el segundo con mayor gasto militar de Sudamérica. En Colombia, por muchos años, la guerra fue una prioridad fiscal, y se dejó a un lado la inversión social, según el Centro de Memoria Histórica. Sin embargo, Corrales no sabe a dónde fue a parar todo ese dinero, pues asegura que nunca se ha invertido como se debe en los soldados.

– “El mejor soldado lo tiene Colombia, pero la calidad de todo el uniforme es la peor del mundo. El gobierno no va a gastar plata en nosotros porque vivimos en un país corrupto, ese es el problema. Los generales buscan la plata y el puesto. ¿Dime, qué policía o militar es rico? el corrupto nada más. Como dijo un general: ‘a mí me matan a un soldado y en Coveñas tengo mil preparándose’.”

La declaración del general no es más que un recordatorio de que, al final, los soldados han sido tratados como peones en el juego de la guerra, juego motivado por la ambición que ha dejado heridas y un país fragmentado.

 

Las ilustraciones de esta historia son de Vanessa Diago y María Alejandra Romero.

 

*Los nombres del Infante y de su perro fueron modificados para proteger la identidad e integridad del verdadero protagonista.

 

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