Esta es la historia de Katherin, una mujer que dice haber vencido los estereotipos de belleza, como el sobrepeso.
Me dicen ‘la gorda’
¿Qué es ser bella en una sociedad tan vacilante y que cambia de parecer cada mes con una tendencia diferente? Es evidente que el canon de belleza femenino ha cambiado a lo largo de las décadas. Mientras en el nuevo siglo las mujeres delgadas, rubias y de ojos azules eran consideradas las más hermosas, en el pasado las cosas eran muy diferentes. Desde el siglo IV a. C. hasta los siglos XVII y XVIII, las obras de los artistas más reconocidos retrataban a mujeres de vientres rellenos, pechos grandes y caderas amplias.
Katherin recuerda haber visto esa lección de historia del arte en el colegio, probablemente a una hora del día en la que al resto de las estudiantes poco les interesaba prestar atención. Pero ella no olvida estar ojeando las páginas del libro de historia: “Venus recreándose en la música”, por el artista Tiziano, según describe el texto: “¿Por qué no nos quedamos pensando en que las mujeres como yo somos las más hermosas?”, se reprocha.
La infancia de una niña como Katherin, en un colegio privado, femenino y reconocido como La Candelaria, en Cartagena, se basaba en memorias de exclusión y discriminación en contextos tan inapropiados para niñas de seis años, pero, usualmente normalizados, por toda la comunidad académica. Los concursos de belleza estaban a la orden del día por esos años.
Iniciativas como estas solían ser llamativas para casi cualquier niña, pues despertaba una ilusión en algunas pequeñas de alzarse con una corona. Katherin no era la excepción. Su madre cuenta que esos días de “concursos” ella corría de un lado para otro en la casa, entusiasmada por ir al colegio disfrazada o con la cara maquillada de colores. Todo, para luego llegar a encontrarse con sus compañeras que, como cualquier menor de edad, carecían de información y formación y decidían criticar lo que hacía su compañera: “Ya llegó Katherin la gorda” y “la gorda Katherin va a perder el concurso”, decían.
En efecto, ella no ganaba ningún concurso de belleza estudiantil. “Pienso que esos concursos de belleza para niñas son de las cosas más destructivas para la autoestima, sobre todo, cuando uno está creciendo y todo lo que le dicen se lo cree. Fue a partir de ese momento que yo comencé a esconderme en mí misma”, recuerda.
Según la Asociación Americana de Psicología, en un informe emitido en el 2017, los concursos de belleza en las niñas, principalmente, ponían un énfasis temprano en su aspecto físico, lo cual, a su vez, se relacionaba con tres de los problemas de salud mental más comunes en las mujeres: trastornos de alimentación, baja autoestima y depresión.
No fue una situación de un día. Estos comentarios se repetían a diario. Cuando ella quería jugar con las demás en el recreo, hacer una tarea en grupo, compartir una merienda, allí estaban las mismas respuestas: “No, porque eres una gorda”. Esto hizo que ella simplemente dejara de intentarlo: “Llegó un punto en el que yo dejé de acercarme a otras compañeras. Como no tenía amigas, preferí quedarme sola. A veces lloraba en silencio, sentada en una banca, cuando veía que se divertían jugando al escondite. Yo solo quería jugar”.
A los profesores les tomó un par de años notar que Katherin nunca jugaba con sus compañeras. Entonces la citaban a una cita con la psicóloga del colegio una vez por semana. “No me gusta correr”, era la respuesta que ella les daba.
Nunca le contó esta situación a su familia, no obstante, todos identificaron en su comportamiento un afán de ocultarse. “Desde muy niña vimos que Katherin siempre trataba de esconderse. Odiaba las fotos, no le gustaba salir a fiestas o cumpleaños. A veces no quería comer, pero mi mamá siempre estuvo pendiente de que no se saltara ninguna comida”, recuerda Mildred, su hermana mayor.
Al quinto año de primaria, Gilma, su madre, se quedó sin empleo y Katherin comenzó a estudiar en el colegio Comfenalco de Cartagena. Un colegio público ubicado en el barrio Zaragocilla. Aquí se repitió la historia hasta terminar el bachillerato, con la excepción de que, si bien no terminaba de caerle bien a las otras niñas, por el mismo motivo, ella logró hacerse amiga de los niños y con ellos pasaba la mayor parte del tiempo.
¿Un impedimento laboral?
En el barrio Plan 400, en el primer piso de una casa, vive Katherin, junto a siete de sus familiares: su mamá, su tía, su abuela, dos de sus hermanos y sus dos hijas. La situación económica en la que se encuentran hace que un empleo sea imprescindible para su bienestar y el de su familia, sin embargo, parece ser que haber completado una carrera universitaria como Auxiliar Contable, haber completado ocho niveles de inglés en el Centro Colombo Americano de Cartagena y haber estudiado un año de cocina en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), no son suficientes para ser contratada en una empresa, debido a su “estado de salud”.
Entre sus 23 y 27 años, asistió a alrededor de diez entrevistas de trabajo. Varias oficinas de empresas ingenieras, dos clínicas odontológicas, tres veces intentó con los almacenes de ropa, en la secretaría de un colegio y en una oficina del Distrito. En todas le dijeron que no contaba con el “perfil femenino” para atender clientes y las dos últimas hicieron alegación directa a su aspecto físico.
“Tanto en el puesto de secretaria del colegio como en el de la oficina del Distrito, me dijeron directamente que la razón por la cual no me podían contratar era mi peso, que eso significaba que debía tener problemas de salud y que la empresa necesita trabajadores sanos. No hubiesen podido saber si los tenía, porque ni siquiera me mandaron a hacer los exámenes médicos. Hoy en día, no cuento con problemas de salud de ningún tipo”, sentencia.
En ese entonces, Katherin no quiso involucrarse en asuntos legales, pero Colombia cuenta con la Ley 1496 de 2011, que busca erradicar cualquier forma de discriminación en el ámbito laboral, lo que querría decir que es inaceptable no darle trabajo a alguien, sin bases médicas, por tener problemas de salud por su apariencia física.
Encontrar a gente como yo
Katherin, expresa que en una situación como esta, en la que sus compañeros de la universidad habían podido conseguir trabajo, pero ella no, sentía la soledad al no tener el apoyo de alguien que realmente entendiera lo que pasaba. Fue entonces cuando una noche, entre más búsqueda de empleo y una pausa para revisar sus redes sociales, se encontró con una publicación que llamó su atención.
Siete mujeres, las siete Venus de Tiziano, modelando trajes de baño en una red social tan visual como Instagram, fue algo extraordinario para ella. El Body Positive, fundado por Connie Sobczak, surgió en Estados Unidos teniendo como propósito la aprobación de todos los tipos de cuerpos sin importar su sexo, forma, edad, tamaño, peso, color, características estéticas, orientación o identidad sexual. Grandes modelos plus size como Paloma Elsesser y Candice Huffine, triunfan en las pasarelas modelando las marcas más reconocidas del mundo, mientras, paulatinamente, se inserta en la sociedad el pensamiento de aceptar todos los cuerpos en sus distintas formas y colores.
Clic tras clic, Katherin llegó a la cuenta de la comunidad que la acogería a partir de entonces. ‘Curvy Glows’ aparecía en su pantalla. La comunidad apenas germinaba, no tenían muchas publicaciones, pero la intención era clara: una iniciativa que busca fortalecer la autoestima de mujeres que, a causa de la sociedad y sus estrictos cánones de belleza, no suelen encajar con lo que es “bien visto” en el mundo de la moda.
Entonces ella decidió hacerse notar. Le dio ‘Me gusta’ y se atrevió a escribir a la página. “Cuando las vi, me sentí identificada con lo que veía. Eran mujeres como yo, con la diferencia de que ellas se atrevían a tomarse fotos en vestido de baño y subirlas a redes sociales. En ese entonces jamás hubiese podido hacer lo que ellas hicieron, pero algo en mí dijo que debía lanzarme a algo así. Algo me dijo que era momento de empezar a quererme como ellas se querían. Entonces escribí a la página, les dije que me gustaba mucho lo que hacían, que estaba interesada en participar en su comunidad”.
Y como si estuviera destinado para ella, la fundadora del movimiento, Cindy Flórez, hermana del popular cantante de champeta cartagenero Kevin Flórez, no tardó en responderle. Le dijo que se alegraba de que le gustara el movimiento y que encantada recibiría a una nueva integrante en el grupo. “Cindy me dijo que podíamos encontrarnos en su casa. Conversé con ellas sobre mi historia y les dije que quería atreverme a hacer lo que ellas hacían”.
Con las manos temblorosas y el corazón acelerado, Katherin se preparaba para su primera sesión de fotografías. Luego de haber estado hundida en algo cercano a la depresión y en la búsqueda de alguien que no la juzgara por su apariencia, esta experiencia la llenaba de vida. El resultado de aquella sesión, fue una publicación en la que se veía una mujer feliz y segura de sí misma.
A partir de allí, esta mujer se volvió imparable. “Después de tomar la decisión de atreverme a esto, no podía parar. Pasé de estar acostada en mi cama, sin ganas de levantarme para nada, a querer seguir haciendo sesiones de fotos”, sentencia.
El grupo fue creciendo, ya no eran solo sesiones de fotos en la casa de Cindy, ahora comenzaron a atreverse a hacer coreografías para videos musicales, modelando los nuevos diseños de Cindy, quien también comenzó a surgir con ‘CF Boutique’, una de las pocas marcas de ropa para tallas grandes que, en lugar de esconder el cuerpo, resalta y halaga las figuras como la de Katherin.
El cuerpo que soy
Era el año 2017. Katherin comenzaba a proyectar una imagen distinta, sus familiares notaron que ya no pasaba el día entero en el cuarto y veían esto como un gran avance en su vida y en su salud mental. Su madre, quien para ese entonces comenzó a desarrollar un tumor benigno en la cabeza y que hoy lucha por mantenerse en pie por sus hijos, cuenta que sentía felicidad al ver a su hija atreverse a mostrar en videos y fotos el cuerpo que tanto había escondido y odiado.
Semanas después de un constante crecimiento en popularidad, surgió la oportunidad de expandirse a Bogotá con una colaboración con Vodevil Plus Size, una compañía artística con un propósito similar al de Curvy Glows. A pesar de que Katherin sabía que contaba con el apoyo de su madre, tías y hermanos, temió que algo como viajar hasta otra ciudad a encontrarse con personas desconocidas no fuese aprobado por su madre, así que se fue sin comentarle a nadie.
Viajó, charló con muchas personas y entendió que su vida ahora había cambiado. Según su hermana mayor: “Fue de las mejores experiencias que ha tenido en sus 38 años. Eso sí, no se salvó del regaño por haberse ido sin permiso”.
A partir de ese viaje, Katherin, como parte de la comunidad de Curvy Glows, se dio a conocer aún más en los medios locales y nacionales. La empezaron a entrevistar y a mostrar, adicionalmente, comenzó a recibir patrocinios de Kevin Flórez y Kymani Films.
“Yo sentía que cada paso que daba proyectaba seguridad, me sentía hermosa. Todas las personas nos aplaudían y les gustaba lo que hacíamos. Y lo mejor de todo, fue poder ver a mi familia apoyándome, sobre todo a mi mamá, que por su salud no podía acompañarme al resto de eventos”, recuerda.
Si bien el grupo de mujeres tenía una buena acogida, nunca faltaron aquellos que no estaban de acuerdo con lo que defendía el movimiento. Entre las opiniones negativas, había unas personas que les criticaban promover la obesidad y los malos hábitos alimenticios.
Cindy manifiesta que, bajo ningún motivo, buscan promover el deterioro de la salud. Lo que realmente buscan es inspirar a las mujeres que han sido rechazadas y juzgadas por sus cuerpos, ocasionándoles baja autoestima que podría terminar en depresión. Cabe resaltar también que, además de sesiones de fotos y modelaje, los eventos de Cindy promueven el baile y la actividad física, pues cuidar el cuerpo es otra forma de amor propio.
Hoy Katherin cuenta que sigue sin conseguir un empleo en que aplique los conocimientos de la carrera y estudios alternos que hizo. Ella afirma que, aunque ansía poder trabajar en su profesión, reconoce que ahora, con esta oportunidad, quiere esforzarse al máximo para impulsar su imagen y poder sacar un provecho que le permita brindar mejores cosas a sus hijas Eymi y Mía, de 2 y 3 años, respectivamente. De la misma forma, poder contribuir para que su madre tenga el tratamiento que necesita. “Cuando una mujer aprende a amar su cuerpo y es segura de sí misma, está genuinamente convencida de que puede comerse al mundo entero”, concluye.