Este es un relato en primera persona de una estudiante que asumió las consecuencias del embarazo precoz, una problemática que atraviesa Cartagena de Indias.
Esta es la historia de Vanessa, una chica de 18 años que, cuando tenía 15, quedó embarazada y decidió nombrar a su hijo Kylian, en honor al jugador francés Kylian Mbappé. Este es uno de los tantos casos que hacen parte de un problema estructural por el que atraviesa Cartagena y refleja la situación actual de muchas adolescentes con embarazos no deseados.
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Mi mamá nunca me ha demostrado su amor y siempre me he sentido rechazada, porque el trato de ella con mis cuatro hermanos es diferente. Por ellos y por sus nietos se desvive, para mí y para mí bebé, en cambio, nunca hay una muestra de afecto, por el contrario, me dice todo el tiempo que soy la más fea.
Cuando necesité un consejo nunca lo encontré y cuando requería de ella en la etapa más dura, que era en la adolescencia, se fue de nuestra casa. Vivíamos en la zona norte de Cartagena, con una de mis hermanas, que también era menor de edad. Me dejó bajo la supervisión de mi papá, quien se iba a trabajar todas las mañanas a un taller mecánico en Chambacú y solo venía al mediodía a traerme el almuerzo y por la noche a dormir. Ella se fue para Bucaramanga a trabajar y me dejó sola, a mi libre albedrío.
Yo no culpo a mi mamá por mi embarazo a los quince años, pues, como ella misma ha dicho en varias ocasiones, “ella no me abrió las piernas”; pero si nos hubiéramos ido juntas, habría tenido su guianza y mi vida quizá habría sido distinta. Creo que habría podido terminar el bachillerato sin problema alguno y, tal vez, estuviera estudiando una carrera. Soy consciente de que hubiera podido prevenir el embarazo, pero pienso también que todo lo hice por rebeldía, para retar a mi mamá, para llamar su atención, para que por una vez me prestara más atención a mí.
De mis cinco hermanos solo dos han terminado el colegio y ninguno ha ido a la universidad y, aun así, mi mamá nunca les ha reprochado eso; pero a mí en todo momento me recuerda que me dejé embarazar y que no he terminado el bachillerato. Por eso yo quería ser una profesional.
Antes de la pandemia, mis suegros me ayudaban con los gastos del niño. Mi marido trabajaba de mototaxi, y yo a veces iba a lavar los platos en un restaurante, donde me pagaban veinte mil pesos y los utilizaba para comprarle cosas a Kylian, mi bebé, como colonias, ropita y otras cosas que le hicieran falta. Sin embargo, la crisis hizo que todo se apretara y fuera más difícil nuestra situación.
Cada día que me levanto pienso que debo sacar a mi hijo adelante y que tengo que darle un buen futuro, por eso tengo pensado irme de la ciudad, me iré cerca de Medellín a una plantación de café. Me dijeron que eso lo pagan bien y si trabajo con mi marido, el papá del bebé, entre los dos podemos reunir dinero para comprar nuestras cosas, las del niño, mejorar nuestra calidad de vida y, por fin, yo podré estudiar de noche para terminar el bachillerato.
Vanessa se vuelve mamá
Aunque ni mi familia ni mis pocos amigos, y mucho menos, mis compañeros del colegio se enteraron de mi embarazo, yo todo el tiempo supe que dentro de mí estaba comenzando a crecer una nueva vida. Mi cuerpo no tuvo muchos cambios que hicieran que mi embarazo se delatara, pero cada día yo me preparaba para enfrentar mi realidad: ser madre a los quince años.
Cuando me pongo a pensar en el pasado, sé que hubiera podido prevenir el embarazo, pero en aquellos momentos en los que no tenía la guía de nadie pensaba que, si a mis 12 años fui capaz de cuidar a mi sobrino Carlos Andrés, prácticamente desde que nació, entonces podría cuidar mejor a un bebé y mucho más si se trataba del mío.
Para entonces mi relación con Santiago, el papá del bebé, estaba lejos de ser la ideal. Estábamos juntos, disfrutábamos el momento y seguíamos con nuestras vidas. Era obvio que éramos algo más que amigos, éramos novios, pero no teníamos una relación convencional de mimos, abrazos y ternura, siempre nos hemos querido a nuestra manera y hasta ahora nuestra relación sigue siendo igual, con la diferencia de que tenemos un hijo en común.
Cuando él se enteró de que yo estaba embarazada, pensó de todo un poco, la angustia y el tormento reinaban en su cabeza, pero a mí me dio igual, en cierta forma sabía a lo que me enfrentaba con un hijo, porque primero, ya tenía la experiencia cuidando a mi sobrino y, segundo, en la calle uno aprende y se concientiza de lo bueno y lo malo, por tanto, para mí la noticia del embarazo no fue una sorpresa y me dio igual.
En cuanto a mi familia, yo ya era consciente de que mi mamá no me apoyaría, y menos porque mi hermana Sandra, de diecinueve años, también estaba a la espera de su primer hijo y ambas esperaban ansiosas la llegada de mi sobrino. Pero el asunto cambió con mi papá, él sí tenía muchas expectativas conmigo, y cuando se enteró de que iba a tener en menos de cuatro meses un bebé, su atención para conmigo cambió. Ya no me hablaba para nada en absoluto, y con toda la razón, porque todo lo que él quería para mi vida se estaba derrumbando, ya que me convertiría en mamá adolescente. La indiferencia siguió al menos un año más, y después, poco a poco, comenzó a dirigirme la palabra.
Cuando en la casa de la familia de Santiago se enteraron de que él iba a ser papá, reaccionaron como si se les hubiera venido el mundo encima, comenzaron a decir que ya no podría estudiar, que no sería nadie en la vida y que ahora, por no habernos cuidado, traeríamos un niño al mundo.
En cierta forma tenían razón, pero la verdad es que con o sin hijos él no hubiera estudiado, porque después de que nació Kylian tuvo todas las oportunidades del mundo para estudiar. Con los resultados de las pruebas ICFES se ganó la beca de Ser Pilo Paga. Después, en una fundación, le dieron la oportunidad de estudiar y también la dejó pasar, para, finalmente, no hacer nada; entonces da igual, con hijo o sin hijo, no habría estudiado.
Su infancia, felicidades y añoranzas
Cuando era niña siempre sufrí bullying, principalmente en el colegio y con la familia de mi papá, ya que padecía de una enfermedad en los ojos llamada estrabismo, que hacía que mis ojos no se vieran alineados, y por tanto, todos me decían: bizca.
En el colegio, el bullying era algo cotidiano, las burlas y las risas hacían parte de la cotidianidad. Siempre me he considerado una persona que no le presta atención a nada, entonces me daba igual lo que ellos me dijeran. El único problema, a veces, era que me pegaran o me jalaran el cabello, ahí sí me transformaba y nos íbamos a los golpes.
El trato que recibía por parte de la familia de mi papá sí era diferente, porque allá me discriminaban por ser negra, y como ellos todos son blancos me decían la negra, la india, la palenquera y demás comentarios despectivos que no se le debería decir a una niña. A veces mis primitas no querían jugar conmigo porque sus mamás, que son mis tías, les decían que yo era negra y que por eso no debían jugar conmigo. Todo eso llevó a que mi papá prefiriera no llevarme mucho allá para que yo no sintiera tanto la diferencia, pero claro que sí lo notaba. todo lo escuchaba, lo sentía y creo que esas situaciones me marcaron, porque aún me acuerdo de todo detalladamente.
Mientras mi enfermedad de los ojos iba en aumento y mi visión en el ojo izquierdo iba disminuyendo, con más urgencia, los médicos decían que debían operarme. Yo estaba a punto de perder la visión en ese ojo, pero mi mamá nunca le prestó atención a mi caso, era como si tampoco le importara mi salud. Entonces comprendí que, si quería tener una buena visión y no perder el ojo para no ser más el centro de burlas, debía ser yo quien tomara las riendas de mi enfermedad. Decidí pedirle el favor a una vecina que me acompañara a todas las citas y que estuviera presente el día de la operación, porque como era menor de edad, no me podían hacer ningún proceso sin la supervisión de un adulto. Ella aceptó sin ningún problema y fue quien estuvo conmigo en todo el proceso. Yo le agradezco mucho, porque sin ella quizá hubiera perdido mi ojo.
Siempre soñé con ir a la universidad y tener un futuro brillante, pero las circunstancias me lo impidieron o quizá yo no supe sobrellevar todos mis problemas, pero lo cierto es que no quiero lo mismo para mi hijo, yo sí quiero que él sea un profesional, un ingeniero, un abogado o un doctor, cualquier cosa que sea menos no la quiero para su vida. No quiero que él sufra la misma discriminación que yo sufrí ni que sienta la falta de amor por parte de su abuela. Por eso me empeño en dedicarle todo el tiempo del mundo, pero tiempo de calidad. Kylian, a sus tres años, ya se sabe todas las vocales, cuenta del uno al diez en inglés y hasta el cuarenta en español. Se sabe también los colores primarios en inglés y español, conoce casi todos los animales y ya casi distingue la mayoría de las banderas del mundo. Mi bebé es mi mayor orgullo, mi motor y por él soy capaz de cualquier cosa con tal de ver su felicidad.
Si tuviera que decirle algo a todas esas niñas que no se cuidan mientras tienen una vida sexual activa y quedan embarazadas a temprana edad, sinceramente no sabría qué decirles, porque mi vida no ha sido un ejemplo, pero sí creo que deben pensar muy bien antes de tomar cada decisión, ya que es la que los acompañará por el resto de sus vidas.
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Según el Ministerio de Salud (MinSalud), el 13% de menores de 15 años ya ha iniciado su vida sexual en Colombia y una de cada cinco adolescentes entre 15 y 19 años ha estado alguna vez embarazada. Iniciar la maternidad a temprana edad supone cambios físicos y psicológicos tanto en la madre como en el padre, generando cambios en los proyectos de vida, conflictos familiares y deserciones escolares.
Las ilustraciones de esta historia son de Gina Zabaleta.
[*] Los nombres reales han sido modificados para proteger su identidad.